Cuando eres madre de un niño con dificultades de desarrollo pasas meses e incluso años buscando causas, un diagnóstico que te permita ayudar a tu hijo y calmar esa angustia permanente que genera no saber qué le ocurre y cómo ayudarle.

    Soy madre de acogida y hace seis años acogí a un niño con retraso madurativo de 8 años. Presentaba problemas de coordinación motora, no sabía montar en bicicleta ni nadar, no toleraba montar en columpios, toboganes, se caía mucho, su tono muscular era muy bajo y se cansaba enseguida. Sus manos eran torpes, cogía mal el lápiz, no podía abrocharse los botones y aún menos atarse los cordones. Estaba en un colegio de educación especial, ya que, a nivel de aprendizajes no reconocía las letras, números, no las escribía, confundía colores, tenía una atención dispersa y estaba desconectado del exterior lo que dificultaba mucho sus aprendizajes y la interacción en el aula. Su lenguaje expresivo era muy pobre y más limitado aún era su lenguaje comprensivo, su tono de voz era muy alto y cuando le hablabas no te escuchaba, no podía contarte nada de lo que hacía en el colegio. No tenía autonomía, necesitaba ayuda y supervisión constante. Presentaba fuertes rabietas sin ninguna causa, los cambios le desorganizaban mucho y su impulsividad le dificultaba la interacción con otros niños.

    Como madre lees, investigas y acudes a charlas buscando encontrar a alguien que te dé una solución a las dificultades de tu hijo. Ahora sé que el día que acudí a escuchar una charla sobre terapias alternativas con base científica la vida de mi hijo daría un giro de 360º, y también la de toda la familia.

    Escuché a una optometrista describir cómo es el funcionamiento cerebral y aprendí que ver no es lo mismo que la visión, que hay niños que su ojos ven perfectamente pero su cerebro no procesa esa información visual. Escuché que trabajan la globalidad de la persona y que la plasticidad neuronal permitía , gracias a la estimulación adecuada, que un niño construya conexiones nuevas en su cerebro que le permitan mejorar en sus habilidades motoras, cognitivas, emocionales y relacionales.
    Lo primero fue una evaluación completa de sus habilidades visuales y de los reflejos primitivos. Los resultados fueron demoledores, su cerebro estaba sin desarrollar, funcionaba con la parte más primitiva. Todo ello le impedía madurar y aprender al ritmo esperado. Su vista era perfecta pero no integraba nada de esa información visual, así que ¿cómo iba a distinguir colores, letras, formas!!!! etc. La información sensorial que recibía a través de los sentidos era demasiada para su capacidad y eso provocaba los bloqueos, rabietas, impulsividad, falta de autonomía y hacía tan difícil, en algunos, momentos la relación.

    Iniciamos el tratamiento y si algo deseaba es que los cambios fueran inmediatos, que todo cambiara rápidamente. Pero no es así y es algo que quiero compartir porque ha sido lo más difícil para mí. Un cerebro no se moldea tan rápido, necesita sesiones y sesiones de estimulación, distintas técnicas que suponen mucho tiempo y esfuerzo por parte del niño y de la familia. Y ahí es donde el apoyo, escucha y contención que hicieron los profesionales me ayudaron a no tirar la toalla, a impedir que todos los mensajes que recibía de nuestro entorno sobre que no llegaba a las metas que le ponían me desanimaran y me rindiera.

    Han pasado cinco años de tratamiento y mi hijo está en un instituto (salió del centro de educación especial) aprendiendo, a su ritmo. Le empieza a gustar leer libros de fútbol, suma, resta, multiplica y divide. Pero todo esto es la parte académica que hace mucho tiempo que la considero secundaria en la vida de mi hijo. Lo más importante es que es feliz, aprende y eso le reconforta superando años de doloroso fracaso. Tiene amigos con los que sale, es totalmente autónomo se puede quedar solo y hacerse la cena si llego más tarde del trabajo. Ha jugado durante años en un equipo de fútbol con niños de su edad. Ahora quiere jugar al pádel, su emoción al compartir conmigo toda la primera sesión de entrenamiento con un lenguaje perfecto, me anima a seguir. No dejaré nunca de estimularle. Las rabietas, los bloqueos han desaparecido, ya es un joven adolescente que a veces desobedece, se frustra, se enfada si no le dejo salir o le quito el móvil, pero tras todo lo vivido me parece maravilloso ver que es un joven feliz y con ganas de vivir y experimentar, que pone sus límites para construir una identidad.

    La optometría permite descubrir un mundo sensorial, emocional que para muchos niños está oculto, porque vivir es sentir.

    Ana Marugán.