Dra. María del Mar Ferré
    Col nº 35398

    Hay un libro que recomiendo, porque es muy fácil de leer, está cargado de sentido común y, además, tiene el mérito de ayudarnos a sobrellevar ese “complejo de culpa”, que casi todos tenemos, de no ser unos padres perfectos. El libro se titula “Elogio de las familias sensatamente imperfectas” y su autor es Gregorio Luri, Ed. Ariel.

    En la página 68, aparece “prohibido prohibir” en referencia a la “ausencia de normas y pautas de disciplina básicas”.

    Los seres humanos tenemos tendencia a regirnos por la ley del péndulo y nos movemos entre extremos. En el artículo anterior, cuando nos preguntábamos si realmente hay tantos zurdos, ya hacíamos referencia a esta posición pendular, hemos pasado de la prohibición al entusiasmo por “decidir”, muchas veces erróneamente, que un niño es zurdo por simples indicios a edades tempranas.

    Lo mismo ocurre con la educación: De las posturas demasiado exigentes de décadas anteriores, hemos pasado sin intermedios a unos postulados educativos sumamente permisivos, hasta el punto de que realmente está “prohibido prohibir” en muchos hogares. He tenido oportunidad de comprobarlo en la consulta y esta actitud se evidencia cuando una familia te explica que no han realizado el tratamiento prescrito, porque “el niño no quiere hacer los ejercicios”.
    Un porcentaje considerable de casos de abandono del tratamiento obedece a la “voluntad o decisión del niño”. Pero, ¿realmente está capacitado un niño de 6, 7 ó 10 años para tomar esta decisión? ¿En base a qué criterios? ¿Tiene criterio realmente a esas edades para asumir esa responsabilidad?

    Respetamos plenamente las decisiones de los padres, porque son ellos los responsables de sus hijos y los profesionales de la salud y/o de la educación no podemos ni debemos asumir responsabilidades que no nos corresponden, entendemos que todos actúan con la mejor intención. Somos plenamente conscientes de que la realización de un tratamiento, ya sea el nuestro o el prescrito por otro profesional, el hacer los ejercicios pautados, supone un esfuerzo añadido para las familias y, por eso, mi sincera felicitación a todas aquellas que asumen este trabajo añadido con entusiasmo y pensando qué es lo mejor para sus hijos. Todos llegamos cansados a casa y entiendo que lo que menos nos apetece al final del día es enzarzarnos en una discusión con nuestros hijos.
    Me he encontrado algún caso extremo en que ese “prohibido prohibir” se hacía extensivo a la alimentación del niño, comía lo que quería o le apetecía y todos sabemos que las preferencias alimentarias de nuestros hijos distan bastante de lo que sería una alimentación sana y equilibrada.

    Cualquier decisión entraña una responsabilidad y no podemos cargar a nuestros hijos con responsabilidades que son nuestras y que ellos no tienen capacidad de asumir. “Vamos a tener otro hijo porque al niño le hace mucha ilusión tener un hermanito” e incluso “cambiamos de casa porque la niña quiere una casa con jardín y piscina” ¡!!!!!! Muchas de las decisiones que hemos tomado en nuestra vida no han estado exentas de duda, de preocupación por si tomábamos o no la decisión correcta, entonces ¿cómo es posible que deleguemos ese peso, esa enorme responsabilidad en un niño pequeño? ¿Le despertaremos a las tres de la mañana cuando su hermanito llore para que lo cuide él, porque él era el que quería tener un hermanito? Caricaturizar esta situación en concreto nos puede ayudar a entender el nivel de agobio que sienten muchos niños por falta de referencias. El Sistema Nervioso es jerárquico y el niño necesita de unas referencias externas hasta que sea capaz de marcar sus propias directrices y tomar libremente sus propias decisiones y esto tardará años en suceder.

    Otro concepto que se utiliza con frecuencia es el de “socialización” y su importancia (vemos en algunos informes “presenta problemas de socialización”). El proceso de socialización también implica unas “normas”, unas referencias que faciliten la convivencia y ese proceso dice Piaget que requiere un aprendizaje, hasta el punto de que “hasta alrededor de los siete años, los niños no saben discutir entre sí y se limitan a confrontar sus afirmaciones contrarias” ( J.Piaget Seis Estudios de Psicología, Ed. Seix Barral pág 36).
    Sí, es cierto, a veces parece que los adultos no hayamos alcanzado aún ese nivel y, en ocasiones, nos limitamos a “confrontar afirmaciones contrarias”. Aprender a conocer a los niños, cuáles son sus capacidades reales, nos puede ayudar a eximirlos de tomar decisiones para las que no están capacitados, decisiones que los padres no podemos eludir como propias. La libertad, la toma de decisiones también necesita un largo aprendizaje.

    Publicado el 8 de Mayo de 2018

    Fuente: www.jorgeferre.com